Lucia di Lammermoor en el Real
Lucia di Lammermoor de Gaetano Donizetti con libreto en italiano de Salvatore Cammarano, basado en la novela «The Bride of Lammermoor» de Sir Walter Scott, la ópera fue estrenada en el Teatro de San Carlo de Nápoles el 26 de septiembre de 1835.
Lucia di Lammermoor considerada la obra maestra de Donizetti nos lleva a la Escocia del siglo XVII en un ambiente romántico para vivir el profundo dolor y el trágico destino de la heroína.
Os dejo algunas críticas de la prensa.
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Todo esto adjudica un lugar de privilegio a una ópera que ha trascendido con mucho su condición puramente belcantista y ha pasado a ocupar un lugar importante en el imaginario cultural occidental. La puesta en escena de David Alden tiene la virtud de arropar la música con una teatralidad constante de altísima calidad, si bien hecha de pequeños gestos, de detalles casi imperceptibles, de movimientos grupales o individuales respaldados siempre por una idea. Convierte la ópera en un relato gótico victoriano de interiores (la reina Victoria accedió al trono dos años después de su estreno), en la estela de Joseph Sheridan Le Fanu o M. R. James, con la acción situada en una mansión venida a menos, deslustrada, y con muebles desvencijados, de la que a Alden no le importa mostrarnos sus tripas y sus trampas.
Los abundantes retratos de los antepasados colgados en las paredes escrutan a los protagonistas y refuerzan esa condición de clan atenazador, tan importante en la trama. El leve apunte de que Enrico podría sentir una pasión incestuosa por su hermana tampoco molesta. Como ya se vio en el Real en su buen Otello y su muy buena Alcina, Alden sabe lo que hace, se adivina un serio proceso de reflexión previo y su Lucia posee una estética propia: un coro casi siempre hierático, envarado, encorsetado dentro de sus trajes victorianos metaforiza muy bien las cadenas que aprisionan el amor de Lucia y Edgardo. El público del estreno, inusualmente aplaudidor toda la noche, obsequió con demasiados abucheos, totalmente inmerecidos, al director de escena estadounidense, que logra elevar la ópera muchos enteros por encima del interés escénico habitual en otras producciones, que suele ser bajísimo. Aquí, en cambio, siempre merece la pena observar y discernir.
Lisette Oropesa y Javier Camarena encarnan a una pareja protagonista absolutamente creíble en lo físico y extraordinariamente bien avenida en lo musical. Ella, ovacionada en pie al final por buena parte del público, es una cantante completísima y, sobre todo, nada tramposa: su escena de la locura fue, por comparación con lo que suele verse y oírse, un dechado de contención. Y, sin imitar a ninguna de las grandes Lucías históricas (la de Maria Callas la primera, por supuesto), consigue dibujar la suya con perfiles muy personales, una actuación escénica muy contenida y una caracterización vocal completísima en cada una de sus intervenciones. El tenor mexicano, favorito del público madrileño, conquista siempre por su canto espontáneo, entregado y sincero. Su voz va ganando y enriqueciéndose con el paso del tiempo y, paso a paso, fue componiendo un Edgardo rudo, visceral y ardoroso, como reclama el personaje. Su aria final, en plenitud vocal, fue una réplica acorde con lo que acabamos de escucharle a ella.
En el resto del reparto, sin fisuras y con un coro también solidísimo, destacaron Artur Rucinski como un Enrico torturado por el peso de la familia y de canto siempre noble, y Roberto Tagliavini, que acumula ya varias grandes actuaciones en el Real. Daniel Oren es un director, como pudo verse en La Favorite, gesticulero, hiperactivo, casi siempre eficaz, pero rara vez sutil o detallista. Concierta con fluidez, aunque la prestación orquestal es pocas veces distinguida. Lo mejor es que deja cantar y que demuestra un buen conocimiento del estilo belcantista. Lo peor, que no debería azuzar con su batuta al público cuando decide libremente aplaudir después de un aria, ya que su función en el foso es dar continuidad a la acción, no interrumpirla ni prolongar estas cesuras. Y su gesto de salir corriendo por su cuenta y no hacerlo de la mano que le ofrecía gentilmente Oropesa cuando fue a reclamar su presencia en el escenario en la tanda de aplausos fue, cuando menos, desconcertante. Sobre el escenario hay que reprimir el entusiasmo, o lo que sea, y guardar las formas.
Como es habitual ya en muchos teatros, escuchamos la instrumentación original de la escena de la locura con armónica de cristal, no con flauta. El timbre que produce la vibración de estas copas llenas de diferentes niveles de agua, rico en armónicos, casa muy bien con una mente perturbada e inestable (“ondeggiante”, escribió originalmente Donizetti en la partitura para la línea instrumental), por más que aquí la amplificación desvirtuara un poco el timbre natural del instrumento. Muchos años después, el compositor George Benjamin tomaría buena nota de la eficacia de este recurso tímbrico en su ópera Written on Skin, protagonizada por otra mujer de la estirpe suicida de Emma Bovary, Anna Karenina o, a su manera (ella “cade svenuta”, leemos en el libreto, como las heroínas wagnerianas), Lucia Ashton, que, bañada en sangre, con sus brazos en alto, nos recuerda también irremediablemente a la reciente Marie sufriente y ensangrentada de Die Soldaten, su antecesora directa en el Teatro Real. Refiriéndose al tipo de libretos a los que le gustaba poner música, Donizetti no pudo ser más explícito: “Voglio amor, e amor violento”. De los seis cantantes que interpretan el sexteto del segundo acto, tres están muertos al final de la ópera.
La gran triunfadora de la noche ha sido la joven norteamericana de Nueva Ortleans Lisette Oropesa, a quien recordamos en “Rigoletto”. Su voz, de lírico-ligera, con cuerpo y apreciable densidad se ha plegado a la perfección a las exigencias de la parte, que ha cantado en los tonos que la tradición ha impuesto. Hemos podido saborear toda la carne lírico-dramática que atesora la romántica partitura, que nació en 1835, al calor de la atmósfera enrarecida de Walter Scott. El libretista Salvatore Cammarano realizó un planteamiento de notable virulencia, de claro apremio; una imparable y sucinta relación de hechos a la que Donizetti supo revestir con suma destreza de una música sencilla pero provista de unos valores casi táctiles, de una plástica y de un poder evocativo innegables.
Oropesa posee un timbre de tonos melosos, una igualdad de registros sorprendente, un apreciable volumen, una extensión muy importante. Sus agudos son cristalinos, con algún mi bemol tirante y esforzado. Fila, liga y regula con limpieza y ofrece una imagen transida y convincente de la desgraciada criatura. Bordó “Quando rapito in estasi” y la famosa aria de la locura. A su lado triunfó también Javier Camarena, que mostró su magnífica técnica emisora, su penetración en la zona superior. Ligero pero consistente, restallante y timbrado (con un lejano recuerdo al jovencísimo Di Sefano). Conoce los mecanismos reguladores y ataca “sul fiato” sin un solo pestañeo. Quizá a su voz le falte algo de cuerpo para la gran escena del acto II.
El barítono Rucinski, de noble pasta lírica, evidenció dominio de medios y buen fraseo, exhibiéndose en algunos agudos (no escritos) para la galería. En las notas de paso estrecha en exceso. Sobrio y serio Tagliavini, un punto falto de redondez, que cantó, bien, más de lo habitual al ofrecerse la partitura aparentemente íntegra. Aceptable el “sposino” de Shi, bien la Alisa de Pinchuk y eficaz el Normanno de Del Cerro, convertido en malévolo secretario por mor de la fantasía de Alden, que sitúa la acción en un oscuro, fantasmagórico y terrorífico siglo XIX. Todos ellos fueron diestramente acompañados y sostenidos por el artesanal, seguro y afirmativo Daniel Oren, que ató, concertó con sapiencia y fraseó con elocuencia, aunque sin el refinamiento poético de tantos pasajes, apoyado en una orquesta muy sólida y en un coro sobrio, recio y contundente, capaz de practicar reguladores de excelente calidad.
Alden pone en práctica no pocas ocurrencias que no siempre ayudan a explicar una trama en realidad bastante simple y que él complica no poco. Aquí se insinúa con claridad une relación incestuosa entre Lucia y su hermano, uno y otro con el síndrome de Peter Pan (hay juguetes, muñecas, una cuna omnipresente). Casi toda la representación, desarrollada en interiores de una casona en ruinas, con ángulos cambiantes e imposibles, aparece presidida por un pequeño escenario en el que tienen lugar algunas de las escenas más significativas, como la presentación de Edgardo –vestido, ucrónicamente, como Rob-Roy, espada en ristre- o el aria de la locura. “Extensión abstracta de un mundo asfixiante”, define Matabosch, director artístico del Teatro. Todo se da la vuelta en la secuencia final, en la que vemos el tinglado desde la parte de atrás. Los subrayados, algunos muy evidentes, son continuos y no siempre necesarios. Hay detalles chuscos, como la borrachera de Enrico y sus hombres, que no pintan nada en ese momento, durante dúo de la torre con Edgardo.
Casi doscientos años después de su estreno, el Teatro Real quiere demostrar que aún es posible recuperar con éxito un artificio como «Lucia di Lammermoor», en su esquemática configuración algo aparentemente alejado de la sensibilidad contemporánea. Al menos eso se deduce del estreno en el que una muy interesante conjunción de fuerzas vino a dar sentido a la ópera de Cammarano y Donizetti reconstruyendo el sentido icónico de algo que convirtió en moda la locura y, al tiempo, ha servido de piedra de toque para algunas voces de referencia histórica. Ambos aspectos tienen su eco en esta producción.
En el caso del primer reparto que propone el Teatro Real, de los dos que defenderán la obra en las quince representaciones previstas, es evidente que la reunión es difícilmente superable. No ya por la autoridad que se observa incluso desde los secundarios, Alejandro del Cerro, Marina Pinchuk y Yijie Shi, sino por la muy singular personalidad de todos y la gran defensa que cada uno hace del personaje. Se canta estupendamente; se comparte la posibilidad de cerrar una versión que logra momentos de gran sutileza y otros en los que el maestro Daniel Oren abre con rotunda efusión; se atisba el equilibrio de timbres vocales muy acabados y particularmente atractivos; se gana en nervio e intensidad según avanzaba la representación, incluso se resuelven varias arias con muchos aplausos y algunos bravos.
Particularmente sucede ante el aria de la locura con la armónica de cristal, que fue una escena de gloria para Lisette Oropesa, cantante de enorme potencial, bella voz y minuciosa ejecución. También sucedió en el dúo con Edgar al final del primer acto, en el sexteto, y en el aria de Raimondo: con Javier Camarena defendiendo un Edgardo valeroso y aguerrido, brillante; con Artur Rucinski dibujando lo que de tenebroso puede haber en Enrico y Roberto Tagliavini oscureciendo con potente voz a Raimondo.
La del estreno fue una representación para disfrutar y también para comprender que es posible entender a «Lucia» más allá del arquetipo de la mujer histérica que tanto se propagó en su tiempo, empapando los escenarios europeos y hasta convirtiendo el síndrome en epidemia doméstica. La producción de David Alden acumula viajes y reconocimientos, aunque esto último no fuera compartido anoche por la totalidad de los espectadores. Sin embargo, tiene el mérito de romper el anquilosamiento de la obra, y dotarla de vida más allá de la obviedad. El carácter infantil que le otorga a la protagonista, el incesto con Enrico en una escena realmente impactante, algunos gestos poco recomendables del capellán, se entrelazan con momentos especialmente afortunados en un espacio ruinoso ante el que todo se explica. Sin duda, el teatrito donde se resuelve la locura con el coro formando público tiene un valor muy espacial. Porque es ahí donde Alden logra equilibrar la irrealidad de la convención y lo verosímil del drama. En definitiva, donde todavía se hace posible lo que siempre fue increíble.
Lucia Lisette Oropesa
Edgardo Javier Camarena
Enrico Ashton Artur Rucinski
Raimondo Bidebent Roberto Tagliavini
Lord Arturo Bucklaw Yijie Shi
Alisa Marina Pinchuk
Normanno Alejandro del Cerro
Director Daniel Oren
Coro y Orquesta del Teatro Real
Maestro del Coro Andrés Máspero
Director de escena David Alden
Vestuario Brigitte Reiffenstuel
Decorado Charles Edwards
Luces Adam Silverman
Coreografía Maxime Braham
Desde el Teatro Real de Madrid, vídeo de Lucia di Lammermoor de Gaetano Donizetti, protagonizado por Lisette Oropesa y Javier Camarena, en la representación en directo del 7 de julio de 2018 a las 21:30h, disponible hasta el 6 de octubre de 2018, gentileza del Teatro Real y operavision
Comments 5
¿Porqué no hay subtítulos en español si RTVE la está retrasmitiendo con ellos?
¡que maravilla…,realmente fue una brillante version de Lucia, todo hermoso –
Es muy lamentable que a los productores se les haya dado por «ambientar» las obras en tiempos modernos cuando lo bello de la opera es el ambiente y tiempo en que se escribieron. Esta ambientación y vestuario me parece terrible, horrorosa y falta de respeto con el compositor y el escritor. No la quise ni mirar… lástima porque Camarena me fascina!
Por favor los subtítulos en Español.
Por favor, no todos sus seguidores somos bilingues…!
No nos priven de comprender mejor estas maravillas.
Gracias
Hoy soy una persona mayor !! Explico, divulgo la mùsica en general y sobre todo la ópera.
Hace 30 años eramos un grupo de amigos, hoy somos una asociación con 3oo personas, que amamos la Ópera y que cada semana disfrutamos de ella.
Gracias por vuestras retransmisiones. Por favor subtituladas en spañol.