Rodelinda de Händel en el Teatro Real
Rodelinda de Georg Friedrich Händel con libreto en italiano de Nicola Francesco Haym, adaptado del de Antonio Salvi, basado en la obra de Pierre Corneille, Petharite, rey de los Lombardos.
La ópera fue estrenada en Londres el 13 de febrero de 1725.
Rodelinda, reina de Lombardía, mantiene su compromiso conyugal con Bertarido, a pesar de creerlo muerto, y se resiste a casarse con el usurpador del trono, Grimoaldo, deseoso de cimentar su control sobre Milán gracias a esa boda.
Rodelinda de Georg Friedrich Händel, llega por primera vez al Teatro Real en una nueva producción junto a la Ópera de Fránkfurt, el Gran Teatre del Liceu de Barcelona y la Opéra de Lyonde, firmada por Claus Guth, con dirección musical del titular del teatro madrileño, Ivor Bolton, especialista en este repertorio.
Os dejo algunas críticas de la prensa.
La temporada del Teatro Real alcanza la excelencia con una función que cumple el peculiar milagro que se produce cuando la profesionalidad y el talento de los distintos artífices se funden en una obra que integra en un nuevo cuerpo la suma de las voces, la música y el teatro.Las óperas de Händel permiten un amplio margen de libertad a los directores de escena, gracias a un cierto esquematismo argumental, articulado más sobre el fluir de las emociones que por las exigencias de la intriga; libertad que exige como contrapartida dosis masivas de imaginación y de rigor a la hora de ambientar el relato en un espacio donde los personajes dispongan de una encarnadura dramática, necesaria para que la serie de arias larguísimas se sucedan como sustento de la acción, y no solo como una retahíla de bellas melodías.Claus Guth, director de escena, el escenógrafo y figurinista Christian Schmidt, y el iluminador Joachim Klein, han concebido una casa instalada en una plataforma giratoria, el lugar que alberga el drama, a la vez que se transforma y cambia de luz según asoman y fluctúan los sentimientos que agobian a los personajes. Cada desplazamiento del decorado se corresponde con rigurosa exactitud con la interpretación del actor y con lo que el cantante expresa en ese momento. El espectador se zambulle en una inagotable riqueza de imágenes, proporcionadas por la rotación de la vivienda y por la intervención de Flavio, el niño, un personaje mudo que interviene como dibujante y fabulador de máscaras que llegan y desaparecen en el apuro de una mente infantil empeñada en entender la miseria del mundo adulto.Ivor Bolton consigue de la bien probada ductilidad de la orquesta un muy bello sonido, vigoroso y matizado, donde el estilo barroco se anima con fulgores y nerviosismos de hoy, que alcanzan un refinado virtuosismo cuando la voz del cantante dialoga en emocionante alternancia con un instrumento.La soprano británica Lucy Crowe es Rodelinda (de voz plena y sabia actriz), protagonista junto al intenso contratenor Bejun Mehta como el heroico Bertarido (tránsito entre el Ulises homérico y el Florestan beethoveniano). Los demás, tan buenos cantantes como esforzados actores, amplían un jugoso abanico de tesituras, desde el tenor inglés Jeremy Ovenden (Grimoaldo) a la contralto italiana Sonia Prina (Edulge), además de Lawrence Zazzo y Umberto Chiummo; sin olvidar al actor colombiano Fabián Augusto Gómez, en el papel del niño Flavio.En el entusiasmo del público, efervescente tras las cuatro horas de espectáculo, había también un cierto paladeo de sorpresa; se sabe que nuestro teatro es capaz de hacerlo muy bien, pero era preciso reconocer que esta vez había alcanzado la estratosfera.
RODELINDA Música de George Frideric Handel. Lucy Crowe, Bejun Mehta, Jeremy Ovenden y Sonia Prina. Orquesta Titular del Teatro Real. Dirección musical: Ivor Bolton. Dirección de escena: Claus Guth. Teatro Real, hasta el 5 de abril. Madrid
Hemos asistido en el Teatro Real a lo que probablemente es el estreno escénico en nuestro país de esta hermosa ópera heandeliana. Se nos ha ofrecido una coproducción con la Ópera de Frankfurt, el Liceu y la Ópera de Lyon. Hemos podido de esta manera medir la grandeza de una partitura que se pudo escuchar en versión concertante hace cuatro temporadas en el Arriaga de Bilbao y en el Auditorio Nacional. Ya en aquellas ocasiones pudimos certificar que la obra, con libreto de Haym inspirado en Corneille era una obra maestra.
El personaje central de Rodelinda, una heroína de verdad, valiente, sincera, amorosa, que lucha por defender sus derechos ante la barbarie para proteger a su hijo (Flavio, que no canta y que en esta producción toma un especial potagonismo) y para velar el recuerdo de un marido (Bertarido) al que cree muerto. La parte fue escrita para la gran diva Francesca Cuzzioni. La ha remedado en esta ocasión la soprano lírica Lucy Crowe, voz ligeramente velada, pero igual, sonora, bien impostada, fresca, que ha cantado con aplomo y expresión dolorida, con alguna que otra apretura en pasajes de agilidad y algún que otro sobreagudo destemplado.
Sus arias lamentosas y, en particular, la gozosa «Mio caro bene», han sido bien dibujadas. A su lado el contratenor Bejun Mehta, de emisión suave y timbre homogéneo, ha construido un Bertarido perfecto y ha seguido los pasos del creador de la parte, el «castrato» Senesino. Magnífica su impetuosa «Vivi, tiranno!» Y espectacular su acoplamiento con Crowe en el maravilloso dúo «Io t’abbraccio». No han desmerecido el tenor Ovenden, de timbre ligero algo gangoso –demasiado claro para un papel que estreno Borosini–, que labró bien su bella aria «Pastorella», y el también contratenor Zazzo, de timbre más oscuro que Mehta. A menor nivel Prina, desigual de emisión y relativamente limpia en la coloratura, y sobre todo Chiummo, desentonado y tremolante. Muy bien el actor –ya no tan niño– Gómez como Flavio. Bolton, tras su triunfo en «Billy Budd», ha sabido cambiar de estilo y dirigir con tino, cuidado en las dinámicas, justeza en los ritmos, a un conjunto de unos cuarenta músicos en los que se insertaban dos claves, un laúd y flautas traveseras de época, que ha sonado afinada dentro de sus características y que ha sabido, a sus órdenes, «entender la retórica dramática, el tipo de fraseo y el temperamento», que era lo que el intentó comunicar en los ensayos. Todo ello se ha ajustado perfectamente a la situación dramática ideada por Guth, muy aplaudido la pasada temporada en «Parsifal» y que aquí, como en la obra de Wagner, centra toda la acción en una gran casa en medio de la nada, ante un cielo estrellado, en una especie de paisaje lunar, y con la presencia permanente de una imponente escalera. «Topografía del poder: todos quieren conquistar el dormitorio de Rodelinda en el piso de arriba», manifestaba el regista.
La gran mansión, blanca y giratoria, con estancias estratégicamente colocadas, sirve de base a toda la trama, que no hay que seguir al pie de la letra. Guth nos invita a emplear nuestra fantasía y a introducirnos en el meollo de la complicada historia de asesinatos, amores, odios y ambiciones, todo ello en el seno de una familia. Al igual que en «Parsifal», mientras suena la obertura se desarrolla ante nuestros ojos una escena muda que nos pone en antecedentes de una narración en la que Bertarido no es tampoco un ángel y en la que se hace omnipresente, en efecto, Flavio, el hijo, testigo silencioso de los sucesos, que construye una realidad paralela poblada de amenazadores fantasmas, que dibuja y que sólo él ve. Es elemento determinante de la acción, a la que, de un modo u otro, da cauce y en la que pasamos por alto algunas incoherencias.
Guth es un artista en la creación de situaciones, en la evocación de hechos y en la dirección de actores, milimétrica, exactísima, lo que da amenidad a la narración, en la que no faltan tampoco ciertos rasgos de humor y algunas salidas un tanto chuscas. De tal forma una ópera seria con toda la barba como ésta, plagada de arias «da capo» –aquí adecuadamente ornamentadas–, resulta muy llevadera. El público se lo pasó en grande y aplaudió varios de los números.
¿Cómo contaría su hijo, abandonados ya los juegos infantiles con que lo despedimos, la muerte de su madre a manos de su padre, Wozzeck, el soldado suicida? Una vez alcanzado el raciocinio en Estados Unidos, ¿qué recordará “Dolor”, el hijo de Pinkerton y Cio-CioSan, del sufrimiento de su madre y de su primera infancia en Nagasaki? Y llegado el turno de “la pobre pequeña”, como vaticina el rey Arkel justo antes de que baje el telón, ¿cuál será la suerte de la hija de Mélisande, y qué sabrá realmente del amor que se profesaron ella y Pelléas? Los tres niños son testigos mudos y todavía inocentes de hechos terribles que truncan sus vidas, pero las respectivas óperas que acaban protagonizando en sus ultimísimos compases nos hurtan su punto de vista.
Flavio es hijo de la reina Rodelinda y el rey Bertarido. Es mayor que los tres anteriores y, por tanto, capaz de ver, escuchar y entender. Al igual que les sucedería mucho después a esos otros malhadados hijos del siglo XX, Handel también lo priva de voz, pero, a cambio, Claus Guth le confiere capacidad de observación y entendimiento, hasta el punto de hacernos ver todo a través de sus ojos, que escrutan tanto cuando los mantiene bien abiertos de día como cuando sueña por la noche. Los dibujos infantiles que se proyectan en el escenario y se apoderan con frecuencia de la escenografía, transformándola y trastocándola, nos desvelan el mundo mental del pequeño, su manera de interpretar cuanto pasa a su alrededor en una mansión impolutamente blanca que los adultos enturbian con sus negruras. Al enterrar al final un puñal, cree haber puesto fin así a sus temores y pesadillas, pero monstruos y máscaras siguen acechándolo, puñales en mano.
Como en Parsifal, Guth recurre a un escenario giratorio y con varios planos verticales que diferencian qué ven los personajes y qué ve el público. La diana es doble porque, si la escena avanza imaginativamente sin perder nunca de vista el texto, Ivor Bolton pone la música al servicio de una y otro, llevando a sus cantantes literalmente en volandas: su rostro y el del clavecinista David Bates son los de la felicidad haciendo música. Lucy Crowe y Bejun Mehta son dignos herederos de Francesca Cuzzoni y Senesino, los cantantes del estreno. Ella va constantemente a más, con su clímax en Se ’l mio duol, mientras que él, en su plenitud como cantante, mantiene un nivel prodigioso en todo momento. La actuación de ambos es, asimismo, insuperable. Del resto del reparto destacaron Jeremy Ovenden y Lawrence Zazzo. En conjunto, la representación se ha situado al nivel del superlativo Billy Budd ,lo que parecía casi imposible. Con otros medios, pero alcanzando idénticos fines: la gran ópera al alcance de todos.
…De la grandeza de «Rodelinda» dan cuenta algunas arias memorables. En el estreno de anoche, y ante el primer reparto, muchas de ellas se interpretaron con irregular resultado soportadas por un difuso colchón orquestal. Hizo falta un largo rodaje hasta alcanzar la estabilidad, poniendo en sintonía un reparto demasiado disparejo y anacrónico con una orquesta de escasa definición. De entrada, el director musical Ivor Bolton dejaba claro que el cuidado en la articulación entraría en contradicción con una excesiva tendencia a acentuar las partes y la escasez de un claro arco expresivo. Si la obra pesaba no era por falta de ligereza en el «tempo» sino por el poco vuelo, la insuficiente gracia y emoción…
…Faltó definición estilística general. Se hizo evidente cuando el escenario apareció Bejun Mehta cantando «Dove sei» y dispuesto a demostrar que cabía otra manera de hacer, interesante, expresiva, matizada y con dirección. Con suficiente personalidad como para arrastrar el hálito monótono de la orquesta. Aún así todavía se tardó en alcanzar una zona de confort adecuada quedando en el aire las muchas costuras que acompañaron a una interpretación en la que, además de Mehta, merecería mencionar a Lucy Crowe…
…una importante producción escénica firmada por Claus Guth. Quiere decir que aunque las herramientas en juego puedan ser conocidas … destaca la maestría a la hora de leer la obra y sustanciarla en lo esencial, lo íntimo, convirtiendo al espectador en voyerista. … También lo es el movimiento escénico, tan rico y descriptivo como para que el ojo pudiera anoche remediar lo que oído no remataba.
Dirección musical Ivor Bolton
Rodelinda Lucy Crowe
Bertarido Bejun Mehta
Grimoaldo Jeremy Ovenden
Eduige Sonia Prina
Unulfo Lawrence Zazzo
Garibaldo Umberto Chiummo
Orquesta Titular del Teatro Real
Dirección de escena Claus Guth
Escenografía y figurines Christian Schmidt
Iluminación Joachim Klein
Diseño de vídeo Andi A. Müller
Dramaturgia Konrad Kuhn
Desde el Teatro Real de Madrid, vídeo de Rodelinda Georg Friedrich Händel, con la nueva escena de Claus Guth e interpretada por Lucy Crowe y Bejun Mehta, con la dirección musical de Ivor Bolton, en la representación en directo del 31 de Marzo de 2017, gentileza del Teatro Real y RTVE.
Disponible hasta el 1 de enero de 2018.
Comments 2
No está disponible el vídeo de Rodelinda en Teatro Real .
Burgos 2 abril 2017. Son las 19 horas y 30 minutos. En este momento termina la visión de Rodelinda, en su version del Teatro Real. Me ha gustado mucho, y me siento muy feliz por tener acceso a lo que Uds. nos ofrecen. Mil gracias