Madama Butterfly en el Teatro Real
Madama Butterfly de Giacomo Puccini con libreto en italiano de Giuseppe Giacosa y Luigi Illica.basado en el relato homónimo de John Luther Long sobre la novela Madame Chrysanthème de Pierre Loti convertida en obra teatral por David Belasco.
La ópera fue estrenada el 17 de febrero de 1904 en el Teatro alla Scala de Milán, siendo un sonoro fracaso.
El Teatro Real de Madrid nos presenta esta recuperación de la producción firmada por Mario Gas de la célebre Butterfly de Puccini, con la acción ambientada en un plató de cine de Hollywood de los cuarenta.
La joven geisha será Ermonela Jaho que comparte escenario con el tenor Jorge de León en el papel de Pinkerton, la dirección musical estará a cargo de Marco Armiliato.
El viernes 30 de junio se llevará a cabo la retransmisión de Madama Butterfly, que se ofrecerá en plazas, auditorios y centros culturales de toda España, de forma gratuita. Televisión Española emitirá la representación esa misma noche, a partir de las 22.00 horas, a través de La 2.
Os dejo algunas críticas de la prensa.
La programación de cada nueva temporada de un teatro de ópera es —o debería ser— un delicado juego de equilibrios: hay que saber conjugar riesgo y bazas seguras, cantantes foráneos y nacionales, producciones nuevas y reposiciones, ajenas y propias, títulos orillados y trillados, progresistas y conservadores. El Teatro Real echa el cierre de su oferta escénica de esta temporada con una ópera, Madama Butterfly, que participa de todos los segundos elementos de estas dicotomías: el éxito está garantizado de antemano, permite incluir en sus tres repartos a un buen número de cantantes españoles, se recupera una producción propia que ya ha demostrado doble y sobradamente sus bondades, es una de las óperas más representadas del repertorio (aunque Puccini no estuvo bien visto en este teatro en tiempos recientes) y se sitúa en las antípodas de muchas de las grandes apuestas de este año (Billy Budd, Rodelinda, Bomarzo, El gallo de oro), primicias sobresalientes y muy reveladoras de su rumbo actual. Ahora, con nada menos que 16 funciones programadas, al tiempo que se minimizan costes, se hace caja. Lucio Silla, anunciado en septiembre como pórtico de la próxima temporada, volverá a instalarse en gran medida al otro lado de esas eternas dicotomías.
El fondo de armario está para recurrir a él, y más si es bueno. El traje que diseñó Mario Gas para Madama Butterfly conserva sus hechuras perfectas y, a poco que se elijan bien los cantantes y sepa dar la talla la dirección musical, el triunfo es inesquivable. Buena parte del peso recae en la pareja protagonista, y muy especialmente en la soprano, que es quien hace desbocarse al final las empatías del público y a quien Puccini confía, con su habilidad innata para tener nuestras emociones a su merced, la música que esparce nudos en la garganta a diestro y siniestro.
Ermonela Jaho, que ha encarnado recientemente en este mismo teatro a la Violetta de La Traviata y, hace tan solo unos meses, a la Desdemona de Otello, es una Cio-Cio-San de ensueño. Cuando dio vida a esas otras dos mujeres sufrientes pudieron percibirse algunas carencias y ella reservó su mejor versión para los últimos actos de una y otra ópera. En su Butterfly, un personaje igualmente malhadado y de final trágico, pero de menor recorrido psicológico y exigencias vocales más homogéneas, confluyen, sin embargo, todas las virtudes, sin faltar una, y vuelven a verse acrecentadas en el cierre de la ópera: quien más, quien menos, la albanesa nos tenía a todos con el corazón en un puño. Y de eso se trata, al fin y al cabo. Podrían plantearse reparos menores —una tendencia quizás excesiva a los filati, o una dicción no siempre diáfana, por ejemplo—, pero su admirable línea de canto, sus soberbias condiciones como actriz y su plena asunción del personaje los relegan de inmediato a un plano muy secundario. Fue la gran triunfadora de la noche, como no podía ser de otra manera, y no solo porque su papel —y en este caso, paradójicamente, no el del tenor— se lleva, gracias a su relevancia y centralidad en el segundo acto, la parte del león.
Jorge de León va ascendiendo peldaños en su carrera, pero no ha podido o sabido estar a la altura de su compañera. Como actor, resulta algo envarado y como cantante echa el resto en las frases largas y líricas, que sabe coronar con agudos luminosos y fáciles, pero también hay que lograr decir y colocar las frases cortas, puntuales y exclamativas, que es donde más se resiente su emisión desigual. Enkelejda Shkosa sí compuso una Suzuki de enorme entidad vocal (y teatral), mientras que Ángel Ódena fue un cónsul noble y de excelente línea de canto.
La mayor virtud de la dirección de Marco Armiliato, muy en línea con las que nos ha regalado Ivor Bolton esta temporada, es que posee en todo momento pulso e intención teatral. Rehúye los extremos y no es un dechado de sutileza en los timbres orientalistas de la ópera, pero sabe respirar con los cantantes, arroparlos, empujarlos, amansarlos. Hizo sonar muy bien a la orquesta y, al igual que Jaho, y con idéntica entrega, activó todos los eficacísimos resortes emocionales puccinianos. El artificio del cine dentro de la ópera —o viceversa— funciona bien, aunque agota pronto su potencial de sugerencias y su carga autorreferencial. La escenografía de Ezio Frigerio y el soberbio vestuario de Franca Squarciapino prestan un gran empaque a la producción.
Quien, aprovechando las facilidades que proporcionan tantas funciones y el aliciente de la llamada Semana de la Ópera (que comienza el viernes), tenga su primer contacto con el género con esta Madama Butterfly, se convertirá para siempre a la causa. Fue el caso del gran crítico Andrew Porter, quien muchísimos años después se mostraba dispuesto a “seguir alabando su estructura formal, orquestación, sutileza, honestidad emocional y relevancia para la vida moderna”. Amén.
No menos de 15 años tiene a sus espaldas esta producción de Mario Gas, que se repone por cuarta vez en el Teatro Real y que, aún de manera indirecta, corre en paralelo con lo subrayado de manera magistral por la partitura, de una riqueza y cuidado de elaboración impresionantes; más allá de lo que de fácil pueda ser el orientalismo o de que sea consecuencia de una moda determinada; de lo que de cargadas puedan estar las tintas; de lo sensiblero de algunas de las situaciones; de lo decorativo o efectista de ciertos pasajes musicales o teatrales.
Mario Gas ideó en su día un ingenioso mecanismo, aunque no del todo original: teatro dentro del teatro o, mejor, teatro (operístico) dentro del cine. Se rueda una película y los cantantes-actores entran y salen, se maquillan y hablan entre bastidores rodeados de un amplio equipo de técnicos. Varias cámaras –las del escenario, con apariencia de antiguas- van tomando la acción que se proyecta, mediante un sistema de video, en una pantalla en blanco y negro. Desde luego esta manera de rodar, sin un solo corte, es irreal, aunque todo está hecho con cuidado, sobre un decorado, muy de superproducción hollywoodense, de unos estudios de cine de los años treinta donde se mueven con propiedad los figurantes. En lo puramente dramático, esta disposición no aporta en verdad nada nuevo, a no ser la posibilidad de acercarnos a la tragedia de Cio-Cio-San a través de primeros planos, lo que no deja de ser algo postizo, eso sí, muy bien organizado y movido. El que la joven vista ropas occidentales en el segundo acto es un buen detalle.
Aunque suele ser lo normal, en este caso ha estado justificado el éxito de la protagonista porque Ermonela Jaho –a quien aplaudimos hace unas temporadas en “La Traviata”- es una estupenda actriz-cantante. Su voz no es nada especial: de volumen limitado, bien que sepa crecer y regular sabiamente, de metal pasajeramente opaco, de agudos a veces calantes, a veces destemplados, o ambas cosas a la vez-… Pero sabe frasear, filar, cambiar de registro, emocionarse, mantener una línea de canto muy pura, puede que demasiado frágil para un personaje que requeriría quizá un instrumento de mayores quilates dramáticos. Cantó exquisitamente su salida y se fue al do sostenido sobreagudo optativo, dijo magníficamente, en el dúo con Pinkerton, la emotiva “Vogliatemi bene”, acertó en el aria “Che tua madre”, fúnebre canto sincopado de monocorde tristeza, que exige de la soprano unos difíciles saltos de octava, y compuso una muerte creíble, con harakiri muy particular.
La voz de De León cautiva por su color broncíneo, por lo restallante de sus agudos, por lo correcto de una emisión que a veces se bambolea un poco. Le falta el ideal refinamiento lírico para las más dulces frases del dúo, para apianar y conseguir medias tintas. A Ódena lo encontramos algo bajo; sólido y caudaloso como siempre, pero con un trémolo en exceso acusado y una afinación problemática. Potente y oscura, desigual de timbre, Shkosa (albanesa, como Jaho) en Suzuki. Eficaz, como es habitual, algo exagerado –cosa de la dirección escénica-, Vas como Goro. A buen nivel el resto del reparto.
La función discurrió por seguros cauces bajo la batuta móvil, ágil, vigorosa –más que delicada- de Armiliato, que marco “tempi” adecuados y se dejó mecer en algún instante –principio del gran dúo- por la belleza de la melodía. Supo esperar, apoyado en una buena Sinfónica, en los “rubati” peligrosos de Jaho. El Coro se desempeñó a satisfacción, aunque nos dio la impresión de que el famoso número a boca cerrada del tercer acto era cantado casi a boca abierta.
Estrenado en 2002 y repuesto en 2007, el montaje de Mario Gas, Ezio Frigerio y Franca Squarciapino opta por airear, catapultar, potenciar la minuciosa peripecia del relato desde la intimidad solitaria de la esposa abandonada a su suerte hasta una visibilidad que puede calificarse de máxima; el decorado, arquitectónico según el gusto del artífice, agranda la minúscula vivienda japonesa, que se muestra desde una completa perspectiva gracias al escenario giratorio, al tiempo que un equipo cinematográfico filma la acción, que se proyecta en una pantalla junto al techo. Es preciso reconocer que el doble artificio nada añade a la comprensión del drama, con el efecto perverso de favorecer la distracción, pues a menudo no se sabe adónde mirar.
En la primera escena, el buen cónsul Sharpless le pregunta al frívolo Pinkerton si está cotto (literalmente «cocido», en el sentido de enamorado), y éste responde con diáfana ambigüedad que Dipende dal grado di cottura. De la incandescencia de la pasión se apropia la protagonista de una de las cumbres del género operístico, retrato femenino complejo donde la entrega cohabita con la lucidez y la audacia con la delicadeza.
Ermonela Jaho hace una Butterfly superlativa; su voz plena recorre el amplio abanico de emociones, sentimientos y opiniones de un carácter a cuyo servicio se entrega la obra entera; un dominio que justifica su puesto como una de las grandes defensoras del endiablado papel; solo cabe discutir una excesiva inclinación hacia lo melindroso que en algún momento roza el peligro de la cursilería. A su lado, la también albanesa Enkelejda Shkosa la acompaña como una muy dramática Suzuki, la criada que es también cómplice y testigo impotente de la tragedia de su ama. Por ellas dos vale la pena asomarse a una función, recibida con entusiasmo por el público.
Porque el Pinkerton esforzado de Jorge de León resulta tosco y anodino el Sharpless de Ángel Ódena. Y Marco Armiliato no consigue de la orquesta la intensidad y transparencia requeridas en juna lectura epidérmica, a la que falta angustia, tensión y ese agazapado desmelenamiento que el compositor apunta en el arranque y va magistralmente desarrollando hasta el harakiri final.
…Por decirlo sin rodeos: la temporada operística madrileña apunta a su final proclamando la apoteosis del mirón.
… «Madama Butterfly» se mantiene fiel a los hábitos cotidianos, los conformismos y los sentimientos a flor de piel, tal y como se describen en el espacio pequeño, oriental y poético donde vive Cio-Cio-San. Pero importa la multiplicación producida por las cámaras que desde en el propio escenario transmiten en tiempo real cuanto allí sucede. En verdad, Mario Gas lo hace con elegancia, haciendo creer que se filma una película y que todo se contiene en un gran plató, de manera que el espectador, sin recato ninguno, observa simultáneamente la realidad escénica y su truco (que en verdad es pura ficción) y, al tiempo, el resultado cinematográfico (que es la realidad inventada). Ni el gran hermano televisivo ha llegado nunca tan lejos.
….la joven Butterfly adquiere una madurez muy particular que la soprano Ermonela Jaho reconstruye vocalmente desde un registro grave de poca consistencia doblegado por una interpretación con encanto, filados interesantes, y una lectura cargada de determinación. El dúo con Pinkerton, acabando el primer acto, tuvo anoche una especial emotividad. La obra todavía se desenvuelve en el espacio de la extraversión y, si alguna virtud tiene Jorge de León y su ruda construcción del personaje, es la fortaleza del agudo.
…En ausencia de mayores sutilezas, Enkelejda Shkosa asumió el papel de Suzuki con una línea de canto de extraña continuidad, incluyendo arrojo en los momentos culminantes y un buen crecimiento. En paralelo la presencia escénica de Ángel Ódena apenas logra borrar la aspereza con la afronta la autoridad del cónsul americano Sharpless … el maestro Marco Armiliato quien ayer incidió en una propuesta dominada por el sentido narrativo antes que por el cuidado del efecto, por la naturalidad de una sonoridad construida con demasiada desenvoltura y desparpajo, y menos por la intención de envolver la obra con una resonancia tímbricamente refinada. Costó encontrar la cohesión de la orquesta y un volumen proporcionado.
Director Marco Armiliato
Ermonela Jaho Cio-Cio-San
Enkelejda Shkosa Suzuki
Marifé Nogales Kate Pinkerton
Jorge de León F. B. Pinkerton
Francisco Vas Goro
Tomeu Bibiloni Yamadori
Ángel Ódena Sharpless
Fernando Radó Tio bonzo
Coro y Orquesta del Teatro Real
Maestro del coro Andrés Máspero
Director de escena Mario Gas
Decorado Ezio Frigerio
Luces Vinicio Cheli
Vestuario Franca Squarciapino
Desde el Teatro Real de Madrid, vídeo de Madama Butterfly de Giacomo Puccini, en la representación en directo del 30 de junio de 2017 a las 21:15h, disponible hasta el 31 de octubre, gentileza del Teatro Real y operaplatform
Comments 5
Hola les agradezco el esfuerzo que supongo es arduo para que ciudadanos como yo de Buñuel en Navarra podamos ver esta clase de espectáculos que de otra forma no nos seria posible solamente decirles que quizás falte un poco de promoción dicho esto muchas gracias y espero que con otras operas y conciertos hagan lo mismo-
Um saludo
Pero porqué les ponen micros inalámbricos a los cantantes…?se escuchan fatal las voces demasiado cerca para las voces líricas y se pierden las dinámicas ..a merced del técnico de sonido de turno. La escenografía muy bonita. Las luces preciosas. Estupenda la dirección escénica y musical. Gracias por la difusión en TV. Aunque viéndola así más ánimo a la gente a ir al teatro…verán la diferencia. De los cantantes tengo mi opinión, pero como no soy un crítico ..me la reservo.
Gracias. Ha sido una experiencia inolvidable. Podrian hacerlo, al menos, una vez al año. De corazón, GRACIAS!!.
Hermosa version .mE AGRADO VER Las perpectiva escenicas y recreaciones adaptables y a la obra y alas hermosas voces que lo hacen realidad …Gracias pase una hermosa tarde.
Maravilloso! Obrigado! Muchas gracias, amigos!